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La vida en la caverna

Esta noche he soñado que era de día

Era lunes el pasado día 23, y por primera vez no celebró la fiesta de Castilla y León, sino que tuvo que actuar como un madrileño más e ir a clase y al trabajo, inconsciente de lo que en su casa se estaba cociendo. A las ocho de la tarde, después de un día agotador, se disponía a disfrutar de una larga sesión de sofá, cuando se encontró con un pastel que no había cocinado. La visión era desoladora para un amante del siglo XXI como ella, pues le habían arrebatado la electricidad, por circunstancias que escapaban a su responsabilidad y su entendimiento. Pasó cuatro días intentando subsistir sin aquel bien tan preciado, y lo consiguió, pero la experiencia tuvo poco de positiva.

Es cierto que se puede sobrevivir sin electricidad, ni luz, ni Internet, ni calefacción, ni línea telefónica ni agua caliente, al igual que se puede subsistir sin derechos laborales ni sociales. Pero la vida, desde luego, empeora y mucho en ambas situaciones, cuando lo único que puedes hacer es sentarte a leer un libro sin emitir queja alguna. Que tres personas estudien a la luz de una única vela es posible, pero todos nos damos cuenta de que esa proporción es un disparate. Nos creemos muy avanzados, pero basta un detalle para desestabilizar nuestro mundo. Una persona más en paro, un corte de luz, un político corrupto… hunden nuestras realidades y nos dejan en recesión. Y la crisis, que ya no es solo económica, infecta todo nuestro organismo.

Encontrar a un optimista se ha convertido últimamente en una gesta comparable a las de los grandes caballeros de la Edad Media, porque es muy difícil de cumplir la regla básica para convertirse en uno de ellos: sacar lo positivo de todo. Esta semana nos hemos enterado de que el 1 de mayo lo puede celebrar todavía menos gente que hace unos meses. Más temas de conversación para la sobremesa: el desempleo aumenta a 5.639.500 personas. Es decir, que 1.728.400 familias tienen a todos sus miembros en paro. Aún recuerdo cuando los “casi cinco millones” dolían a los ojos, a la cabeza y al estómago. Y lo peor es que no parece que la cosa vaya a mejorar hasta dentro de bastante tiempo. Cuando pase esto, no voy a querer mirar. Pocas cosas como esta clase de crisis son capaces de hacer temblar el suelo bajo nuestros pies y obligarnos a plantearnos el porqué de todo.

De momento, nos conformamos con cruzar los dedos y sobrevivir un día más sin que la onda expansiva de la crisis nos llegue a nosotros en forma de verdaderos problemas. En definitiva, que cuando pulsemos el interruptor, se encienda la luz. Feliz día del Trabajo.

 

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